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Infertilidad: Cuando los hijos que esperas, no llegan

Cuando decides dejar de cuidarte para quedar embarazada y van pasando y pasando los meses sin que ese test marque un positivo, te preguntas si algo andará mal contigo. Así es como comienza un camino muchas veces de frustración y tristeza.

Lo primero que debes saber es que si llevas un año intentándolo, sin resultados y tienes menos de 35 años deberías consultar.

Acá va mi historia.

Desde chica siempre soñé con ser mamá, incluso cuando me preguntaban que quería ser cuando grande, yo contestaba “mamá”.

Toda mi vida imaginé que al cumplir 30 años tendría dos guaguas o una en mis brazos y la otra en camino. Supongo que se debe a que mi mamá me tuvo a los 21 y tenemos una relación muy cercana. A pesar de esto, siempre tuve terror a no poder ser mamá.

Me casé a los 28. Y al poco tiempo dejamos de cuidarnos. Varios meses más tarde llegó ese anhelado positivo, y a los dos o tres días, un sangrado tipo regla.

Fui al doctor y me dijeron que probablemente fue un desorden hormonal, cosa que para mi era muy raro porque siempre había sido como reloj. La doctora de ese entonces notó mi angustia, esperamos un mes y empezamos con seguimientos.

Un par de meses después me dió hormonas para que ovulara en una fecha determinada y no tuvimos resultado. Mi ansiedad era horrible, sentía que había fracasado en mi sueño más grande. Empecé a subir de peso, me empecé a deprimir y quise cambiar de doctor. No me cuadraba que me metieran hormonas gratuitamente, sin exámenes y sin evaluar también si mi marido estaba realmente bien.

Me puse a buscar distintas clínicas, veía los listados de ginecólogos especialistas en fertilidad y quería elegir uno que atendiera todo mi embarazo y el parto. Pedí referencias y pedí hora. Por ser paciente nueva me dieron una hora para dos meses más tarde.

Llegué a la consulta y fue amor a primera vista. Me sentí cómoda, comprendida porque me explicaba cada detalle. Nunca me voy a olvidar que me dijo “tu eres muy chica, podríamos esperar hasta dos años antes de intentar un tratamiento. Pero está bien, ya llevas un año, tienes muchas ganas de ser mamá y yo te voy a explicar cómo funciona esto”.

Según me explicó el doctor, lo primero era entender el A B C de la fertilidad

A: “cómo andan tus hormonas, te voy a pedir un extenso listado de exámenes de sangre”.

B: Necesito saber como andan tus trompas, y para eso te tengo que pedir un examen que es un poco desagradable (debo decir que es bastante molesto, incluso te dicen al pedir la hr. que después del examen tengas el día libre, porque de verdad que no es para volver a una oficina).

C: “cómo andan los soldaditos del marido”. 

Después de explicarme eso, me mandó a una nutricionista y me explicó la importancia del ejercicio y su sistema de 4×4 que es hacer algún ejercicio o actividad física al menos 4 días a la semana por 40 minutos. Me recalcó desde que entré hasta que salí de la consulta que su misión no era ayudarme a quedar embarazada, sino que tuviera un embarazo sano y un parto vaginal.

Cuando salí de la consulta me pasaron dos cosas. Por un lado salí contenta que estaba en buenas manos, que había encontrado un doctor que me encantó, con quien me sentí comprendida y cómoda. Me gustó que antes de decirme un posible plan de acción, me dijera que necesitaba ver los exámenes para ver en qué escenario estábamos y que no me iba a llenar de hormonas gratuitamente.

De verdad sentí la tranquilidad de que me iba a ayudar. Pero, por otro lado, esto era real, no iba a quedar embarazada naturalmente y tenía que hacerme, como se dice en buen chileno, “una chorrera de exámenes”, y pasar por todo lo que implica hacer un tratamiento de fertilidad. Sentí susto, de no saber qué iba a pasar, de las inyecciones.

También me dio rabia, porque toda mi vida he querido ser madre ¿Porque tengo que pasar por esto? Me pregunté una y otra vez.

Cambio de vida

Hacía ya unos meses que había cumplido 30 años. Me bajonee, no me gustaba mi trabajo y sabía que necesitaba un cambio importante. Pedí hora a la nutricionista, me dijo que prácticamente comía pésimo y me cambio toda mi alimentación.

Comenzamos a hacernos todos los exámenes. Veía mujeres embarazadas y guaguas pequeñas por todas partes, se me apretaba la garganta y algunas veces me corrieron lágrimas.

Renuncié a mi trabajo, no lo estaba pasando bien ahí y ya había tenido problemas con los seguimientos anteriores. Y si ahora tenía que hacer un tratamiento de fertilidad, no me acomodaba para nada tener que estar dando explicaciones.

Tuve la suerte de que mi marido viaja harto por trabajo y lo acompañé por primera vez al otro lado del mundo, literalmente al día siguiente de mi ultimo día de trabajo. Fue maravilloso tener ese tiempo de desconexión total. Cambiar de aire, conocer otra cultura, comer distinto y probar cosas nuevas y por fin vacaciones, que tenía un poco más de 30 días acumulados.

Inseminación artificial

Nos bajamos del avión de vuelta en Santiago y al día siguiente teníamos control con el doctor para mostrarle todos los exámenes.

Nos explicó todo con mucho detalle y nos dijo que el tratamiento adecuado para nosotros era la inseminación artificial. Nos explicó las probabilidades que existían con cada intento y que podíamos hacer tres intentos. Si eso no resultaba, teníamos que pasar a in vitro. Que ya eran palabras mayores en términos de lo que implicaba física y económicamente.

En palabras simples, la inseminación intrauterina comienza con la estimulación ovárica para lograr la ovulación mediante hormonas que se inyectan y en otros casos también tienes que tomar pastillas. Todo este proceso es monitoreado con ecografías intravaginales, para ver el crecimiento folicular. Y cuando está todo bien, te ponen una última inyección y al día siguiente es la inseminación.

El proceso fue algo así:

Día 1 de regla: tenía que llamar por teléfono para pedir hora a seguimiento.

Día 3 de regla: primera ecografía transvaginal. Comenzar a tomar una pastilla que era por 5 días seguidos. Y además me tenían que enseñar a usar una inyección para que yo misma me pinchara en la casa.

Día 5: tenía que pincharme la guata! Preparé todo, le pedí a mi marido que me acompañara antes de irse a la oficina y estuve aprox. 10 min con la aguja a un cm de mi guata sin poder pincharme. Nunca he sido amiga de los pinchazos y esto me tenía superada. Mi marido me preguntó si quería que lo hiciera él y fue lo mejor. De ahí en adelante el me pincho cada vez.

Día 7: segundo pinchazo

Día 9: tercer y último pinchazo.

Día 10: ecografía, mi cuerpo no estaba reaccionando como esperaban a la dosis de hormona.

Día 12: ecografía.

Día13: ecografía y una inyección.

Día 14: Inseminación, te quedas 5 minutos en la camilla y puedes seguir con tu vida.

Día 15: ecografía

Días post Inseminación

Después de eso tienes que esperar “pacientemente”. La instrucción que te dan es que tienes que llamar por teléfono si te llega la regla, porque de ese modo preparan un informe para que se lo lleves a tu doctor en la próxima consulta. Si no te llega la regla, debes ir al día siguiente a hacerte un examen de sangre para ver si estas embarazada y te recomiendan no hacerte el test en la casa.

Esos 14 días, no les voy a mentir, lo pasé pésimo. Ansiedad a mil, ganas de comerme el mundo y tratando de comer sano, según la pauta de la nutricionista. La verdad es que ni yo me soportaba esos días.

Me llegó la regla un día antes de lo que esperaba. Fue horrible, tener que llamar a mi marido para decirle que no había resultado. Tenía que llamar al centro de fertilidad y decir no resultó y aprovechar de pedir hora con mi doctor. No podíamos intentarlo de inmediato otra vez, porque había que mostrarle el informe al doctor y de acuerdo a eso, te hacen un nuevo plan de inseminación, ajustando las dosis de las hormonas.

Nos demoramos aproximadamente unos cinco meses entre el primer intento y el segundo, porque entre conseguir la hora con mi doctor y después hacer coincidir la fecha de los pinchazos y la inseminación con que mi marido estuviera en Santiago, no fue fácil. Logré bajar algunos kilos, salía a caminar con mi Domi, una Golden Retriver, casi todos los días. Estaba nerviosa y asustada, porque ahora si sabía perfectamente a lo que iba. El proceso fue exactamente igual, solo que con dosis mayores de hormona. Pero el resultado también fue el mismo.

Otra vez había que esperar la hora al doctor, venía otro viaje de mi marido donde no íbamos a poder hacer el tratamiento. Estábamos tristes, me sentía pésimo, sentí que había fracasado en lo que más quería en la vida.

Dijimos basta, tomemos unas vacaciones y a la vuelta lo intentamos por última vez. Así fue como acompañé a mi marido en un viaje de trabajo por segunda vez y al terminar el trabajo, nos quedamos solos unos días.

Esa semana fue lo máximo, después de tanto tiempo pasándolo mal, descansamos, comimos rico, recorrimos y pololeamos. De verdad logramos reencontrarnos. Me llegó la regla el día que nos devolvíamos, sin posibilidad de pedir hora para un nuevo ciclo. Llegamos a Santiago y esperamos un mes más para volver a intentarlo.

La tercera es la vencida

Y llegó el momento del tercer intento, que medicamente, el proceso fue exactamente igual al anterior, pero con una diferencia. Después de la inseminación me recetaron progendo, un “ovulo” de progesterona que sirve para prevenir abortos.

En términos personales, fue difícil, estaba muy ansiosa, preocupada de que venía después y si no resultaba. Me esforzaba para no pensar en eso y mentalizarme en que esta vez sí iba a resultar.

Así fueron pasando los días y nos acercábamos a la fecha de la menstruación, me di cuenta que estaba con un malestar extraño y que me daban asco algunas cosas que comía siempre.

Pensaba, “ahora sí resulto” y trataba de bajar las expectativas pensando que podía ser sugestión. Me concentré en todo lo que sentía. Las veces pasadas había escrito como me sentía los días antes, como dolor de pechugas, dolor de cabeza y otras cosas, pero lo del asco esta vez era distinto y el cansancio como ganas de estar acostada o sentada tranquila era distinto.

Hice trampa y me compré un test un par de día antes. Dije ya mañana cuando despierte me lo hago. Me desperté a las 2 am con ganas de ir al baño y dije “ya, ahora”. Apenas hice el test se marcó inmediatamente el positivo. ¡¡No lo podía creer!! Lo dejé al lado del lavamanos y dije igual voy a esperar un par de minutos, esperé tres minutos y ahí estaba mi positivo, ¡un ultra positivo!

Para no desviarnos del tema de la infertilidad, dejaré para otra historia lo que pasó después de ese positivo.

Mientras, me gustaría contarles que decidí escribir esto porque uno se siente muy sola en este proceso, es un tema del que no se habla. Cuando tus amigas ya tienen hijos, te dicen que te lo tomes con calma, que te tienes que relajar etc. Además, mientras estás con toda esa pena de que no está resultando, alguien te cuenta que está embarazada, o que la no se quien está embarazada y algo dentro de ti se rompe, quieres llorar y te aguantas.

También pasa que gente que no es cercana a ti te pregunta y ¿la guagua cuándo? Tu solo los miras y sonríes, con una sonrisa falsa, para no ser descortés, pero en el fondo lo que quieres hacer es correr al baño y llorar o ir a tu cama y hacerte bolita.

A quienes están pasando por esto las abrazo, las abrazo fuerte, el camino a veces es largo, pero es posible. Conversen el tema con alguien más que sus parejas, no se guarden la pena. Lloren todo lo que tengan que llorar. Y hagan cosas que las distraigan, hagan actividad física.

A quienes tienen hijos o no desean tenerlos aún les quiero pedir un favor enorme, eviten preguntar y la guagua cuando. No sabes si eso es lo único que desea esa mujer a quien le preguntas y no puede. No dimensionas cuánto duele esa pregunta, cuando es lo que más quieres en la vida.

Si ya sabes que alguien cercano a ti no puede tener hijos, no dejes de invitarlos a tu baby shower o el primer cumpleaños, pero tampoco te enojes si deciden no ir. Es un proceso largo y duro emocionalmente con altos y bajos.

Carolina Musso
Psicóloga y madre
IG: @ps.carolina.musso

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