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La maternidad no me preguntó: Día de una madre

Las tres veces que estuve embarazada la maternidad no me preguntó. Llegó así de imprevisto, de sorpresa, de latigazo, de golpe.

Las tres veces que el ser madre se me plantea, me aturde, me da miedo y me atolodra. El miedo se escribe y se imprime, la segunda vez, como terror en mi cuerpo. Esa semilla de persona que no parí, que no tiene nombre pero sí rostro en mí. Ese niño crespito, rubio, que tiene mis ojos, que se fue y nunca llegó, que casi me lleva con él.

Las otras dos veces, la maternidad es de miedo dulce: la primera vez por pequeña y torpe: amo cuando las personas son primerizas en algo, me gusta mirar esos ojos efervecentes que curiosos nadan. Ahora lo era. Era yo esa curiosa que nadaba en su nuevo cuerpo. Me llamé madre desde el primer día de saber a Emilia y metida en bibliotecas, cuadernos, cines, universidad, tesis, amigas que siempre estuvieron, mi crespita vino a mostrarme muchas cosas que no sabía. Caminamos tan juntas que es doloroso separarnos, caminamos tan juntas que nos parecemos tanto, tal vez más de lo que a ella y a mí nos gustaría, pero menos de lo que la gente cree.

La tercera vez de miedo dulce, viene una jacinta que es sur, es calma, es verde, es flores de jacinto, es lago, es agua, es peces. Es delfín amarillo que casi se me va dos veces, así como su hermano azul que brilla en algún lado, pero se queda. Ella se quedó. En este tercer miedo aprendo que siempre es primeriza una. No importa cuántos hijos tengas.

La maternidad para mí es caos, siempre falta algo por hacer, una cartulina por comprar, algo que ordenar en la casa, una porción de fruta que no se comió. La maternidad es ese alboroto que tienes siempre en mente, clavado como post it, sin importar lo que estés haciendo, sin importar lo que estés haciendo. Es carga mental y agotadora. Lamentablemente hay solo dos opciones terribles: asumirla y cansarse u olvidarla y que las cosas no funcionen. La carga mental es tremenda y el cuidado siempre recae sobre nosotras, aunque el padre esté presente, la culpa siempre será nuestra. Carga mental y culpa.

Para mí la maternidad es carga mental y culpa, es ese destroce de vida que no pediste, es lo que pasa mientras tratas de vivir e intentas hacer lo que tienes que hacer y cuando tratas de hacer lo que te gusta. Es una prioridad que se nos instala por amor y que nos paraliza la vida, los estudios, los trabajos y también los amores. Mientras pienso en ese doctorado que nunca podré hacer porque “madre”: sin tiempo y con otras obligaciones económicas que solventar.

Pareciera que me estoy quejando pero no. Esto es descriptivo, es una ilustración es un baile de levantarse temprano, de salpicones de mantequilla con miel, de besos “pegasosos” de manos pequeñas y firmes que te afirman ma tuya y que confían. Tu vida abre una sucursal.

Confían en mis palabras a ciegas, se entregan a lo que propongo y opinan, se dejan llevar y me creen. Yo les creo a ellas, porque las cree. Y de creaciones y canciones sabemos tanto.

La maternidad es esa voz que te llama desde afuera y que te muestra a tu propia niña interna: a veces pacientes, otras más enojada, tanto que le faltó a la niña interna, tan sola que estuvo, tanto que tuvo que pasar. La miro para dentro y la he llorado tanto a la pobre. Pero la miro con orgullo ahora, madre de dos (o de tres?) que mira a sus hijas jugar y está segura les dará toda la presencia que ella no tuvo.

La madre que soy es bien niña a veces, es como si disfrutara con ellas a la par y a veces me averguenza. Me doy cuenta que mi comportamiento no está a la altura de la madre de las películas y me confundo. Pero ellas me miran y me quieren como soy, yo las vuelvo a mirar en cada tanto en vez para recalibrar y observar qué necesitan de mí también.

Mis hijas dicen que no soy una padre típica y bueno, en esta familia abunda lo de neurodiversidad, soy una madre neurodivertida. Atrevida, atolondrada, miedosa, bulliciosa, movediza, cariñosa, pegajoza. Aunque a ratos silenciosa, escribo ausente, como si nada me pasara. Y me pasan ellas, ellas contándome sus historias y días. La menor juguetona de sus creaciones. La mayor de sus historias y flores.

Mis dos canciones favoritas parten, una con La menor y otra con La mayor. Porque son mi música, mi creación. La mejor de todas las puestas de sol que vi. Lo que dejaré en este planeta que agoniza. Ellas son la música que quedará luego de mi funeral. Musica libre que sonará por donde quiera y como quiera. Que lo libre que soy les resuene en el corazón y no las ate nunca a mis dos amores de la vida.

La maternidad es una condena, real. Duele, pesa, a ratos arrepentida tu cabeza te hará sentir culpa. La maternidad te cambia, te rompe. te rompe a tal punto que no sabes dónde parte ese amor tan grande y donde termina ese abismo de culpa que nos obligaron a cargar.

No me mal interpreten, ellas me enseñaron lo que es amar real. No las cambiaría por nada, tampoco cambiaría ni un poquito de como son. Pero te rompe la maternidad, que no te la vendan como hermosa, que no te digan que es sonrisa porque cuando seas madre, entrarás en tierras hermosamente tenebrosas. Sola.

 

Varinia Signorelli.

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