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La vida que no soñé

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La vida que no soñé

Por Daniela Méndez

Ignacio y yo estábamos una tarde en el baño. Cuando me incliné para ayudarlo a meterse en la tina, mi polera blanca de verano se subió un poco y vio, una vez más, el tatuaje de mi espalda. Casi siempre que lo ve, le llama la atención y me comenta algo sobre él. Es una estrella con un agujero del que sale polvo de estrellas que me hice a los veintitantos años como símbolo de todo eso que sale -y nace- de nuestros “agujeros” (dolores, oscuridades, inseguridades, vueltas y vuelcos de la vida, ¡humanidad!) y que, aunque duela, puede llegar a ser increíblemente sorprendente y mágico. Esta vez me preguntó por qué me lo había “dibujado”.

Le dije que porque a mí también me fascinan las estrellas desde hace muchos años (a él le encantan). También me preguntó -una vez más- qué era y le dije -nuevamente- que una estrella con un agujero del que sale polvo de estrellas. En eso me dice: “Cómo yo, mamá”.

Hemos construido juntos una historia y su conclusión ha sido que antes de llegar a mi cuerpo él era polvo de estrellas. También en ese construir juntos su llegada a este mundo, le he contado cómo salió de mi cuerpo, la historia de su nacimiento (este es un tema para otra columna).  Entonces le respondí:  “Claro, hijo, como tú”.

Esta conversación ni de cerca la soñé cuando hice este dibujo en mi piel. Jamás soñé que iba a tener un hijo que saliera de mi cuerpo, jamás soñé que de un agujero real de mi cuerpo nacería una vida, un alma, y menos que ese niño llegaría a amar las estrellas tanto ¡o más! que yo.

Mi mayor sueño desde que tengo uso de razón había sido ser libre, poder desarrollar un deseo, voz y pulsión propias, para vivir lo más despierta que pudiera. Estaba tan ocupada en mis sueños de “libertad” que no fue hasta cerca de los 30 que el “sueño” de la maternidad se empezó a asomar de una manera muy sutil. Por un tiempo desapareció, se perdió. Ya por los 34 se abrió paso pero, más que como sueño, lo sentí como un deseo intenso y profundo que me llevó con sorpresa, intensidad y claridad, en esta dirección de una manera que casi me “arrebató”.

Antes de esta aparición que marcaría un antes y un después en mi vida -¿y cómo no?- soñaba con un departamento rosa, con vivir de la escritura, con atender mujeres en mi sofá amarillo, con un amor calmo y bonito, con pasión y libros. Soñaba con orden, rituales, velitas, café, con dormir muchos domingos hasta la 1 pm, con tener tres o cuatro trabajos a la vez, con viajar mucho y seguir conociendo el mundo.

No soñé jamás con ser despertada a las 3 de la mañana con un “mamá” o con un cambio de pañal. Tampoco soñé con esa mujer “salvaje”, “loba”, como diría Clarissa Pinkola, que se despertaría en mí, capaz de cuidar a mi hijo enfermo dejando a un lado por dos o tres días el sueño, con postergar deseos o respirar para ir más allá de mi impulsividad porque elegía la paciencia y la serenidad por encima de ella. Menos soñé con una boda con cinco personas de testigo y con mi hijo de dos años entregando los anillos.

No soñé ni de cerca con amamantar y con el viaje crudo y profundo de un parto, con la voz de mi amado diciendo: Fuiste muy valiente y mirándome de una manera que hasta hoy recuerdo con fuerza, con el viaje hormonal que es una de las voladas más increíbles y sorprendentes de mi vida. No soñé con que me tocaran el timbre a mitad de una consulta porque mi hijo me echaba de menos y con terminar de atender a mi clienta con el pequeño en mi pecho. No soñé con encontrar amigas del alma en un parque mientras corría detrás de este pequeño.

En la vida soñé con tener el departamento lleno de autitos ni con dinosaurios en los zapatos, con un niño con mis ojos, pestañas y con un parecido físico a mi rostro que me asombra. Tampoco lo soñé tan rápido ni explorador. No soñé con el miedo y la ansiedad que un día iban a invadir a mi ser “psicoanalizado” y “zen”, con las pesadillas que llegué a tener en las que se me escapaba rápido para lanzarse al agua.

La vida que tengo es realmente preciosa, caóticamente mágica, intensamente inesperada. Ni de lejos la soñé con muchos de los detalles que hoy la invaden -que se juntan con muchos otros que sí soñé y que he abrazo fuerte para que estén presentes en ella-, y justo por eso es que más la amo, por lo que me enseña, me sorprende, me remueve. Por los agujeros que me toca y que me lleva a recordar ¡una y otra vez! lo que es capaz de salir de los agujeros del día a día y de la vida… por lo que es capaz de crear -con ayuda “divina”- una mujer “normalita”.

Incluso si en tu caso, como en el de algunas mujeres que me han confesado que se han soñado madres desde pequeñas, siempre hay ALGO de nuestra vida maternal que no imaginamos o soñamos y justo en ese lugar, inesperado, tan frustrante como fascinante, está la oportunidad de crear algo REALMENTE sorprendente, único, perfectamente imperfecto para ti y tu pequeñ@.

Por mucho que hayamos soñado a nuestro hijo siempre hay algo de él que no habrá sido soñado, siquiera imaginado, o tal vez lo hayamos visualizado diferente y la realidad nos ha sorprendido, porque su vida es en parte nuestro sueño ¡sí! pero también el suyo: su libertad, su creación, su derecho, su misterio.

Hasta el sueño más hermoso y mágico tiene algo de inesperado. Y esta, la vida que no soñé, es la vida que amo y hoy abrazo.


Daniela Méndez es psicóloga psicoanalista, dedicada a la psicología femenina y autora de Prometo Amarme. Una de sus motivaciones más importantes es descubrir cómo vivimos las mujeres la experiencia de maternidad. La puedes encontrar en su Instagram: @espaciodanielaalma y en su página web: danielaalma.com

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