Por Daniela Méndez
Mamá reloj es el nombre de una de mis facetas en este momento de mi existencia que hoy quiero destapar contigo en este espacio honesto, de mujer a mujer, de madre a madre. La amo y la detesto a partes iguales. Me alivia y me molesta. Me calma en ocasiones y me acelera en otras. Es parte de esa experiencia maternal ambivalente que te contaba en la primera columna de este espacio que experimento varias veces al día (muchas, de hecho) y con la que tú, tal vez, también puedes sentirte identificada “Hijo, quedan diez minutos de tele… hijo, quedan cinco… mi vida, es hora de apagarla…” acto seguido hago una escena graciosa para lograr la transición a la siguiente rutina de la manera más amable posible.
“A ver, mantén tu boca abierta, porfa, hasta que cuente diez así podremos limpiar bien las muelitas, hijo…” “mi vida, solo he contado hasta cinco , ¿puedes intentar mantener tu boca abierta un poquito más? Necesito contar cinco más para terminar…” Algunas veces acudo al clásico “cuento hasta tres”: “Cuento tres y necesito que vengas al baño, hijo: es hora de la ducha” (uno, dos… ) y al llegar a tres lo veo sonriendo, llegando con cara de travesura a toda velocidad al baño mientras yo estoy sentada sobre el wc, esperándolo. Para él este “hasta tres” es un juego y a mi me encanta que así lo vea porque esta herramienta tan clásica y sencilla me ayuda una o dos veces al día.
Me relajo y como ahora, en esta estación del año por este lado del mundo hace calor, le llevo muchos de sus juguetes a la tina; entonces juega feliz mientras yo avanzo la cena, mando algún correo de trabajo o simplemente me tomo un café tranquila para mantenerme despierta tres horas más. Pasados unos veinte minutos “Mama reloj” aparece de nuevo: “Hijo, es hora de salir del baño, hay que cuidar el agua (En serio??? Si ya nos hemos gastado no se cuánta!, pienso para mis adentros y es que niñ@s y cuidado del agua no siempre son compatibles, humildemente pienso) y hace falta agua para otros niños y niñas que también necesitan bañarse”.
Dios mío, son casi las ocho, me digo, tenemos que empezar a invitarlo a la cama para que descanse bien. Y es que lo noto: si duerme temprano y mínimo diez horas y media, amanece súper. Mamá reloj ¡al ataque!
Sábado en la mañana; el pequeño ha saltado de la cama y mira el reloj (en este momento de su vida se interesa por ver la hora) y me dice: “Mamá son las 6,5,5”. “Dios mío, ¡no se si llego a mis 40!, tengo tanto sueño” le susurro a mi esposo. Menos mal que nos reímos. Durante la semana, cuando son casi las cinco ya el corazón me empieza a latir con cierta intensidad. Me gusta terminar todas mis cosas importantes cerca de esa hora para poder buscarlo tranquila a su jardín. Tic tac, tic tac. Por fin llego a buscarlo, lo abrazo y descanso del reloj por un rato hasta que llegamos a casa y el reloj me empieza a guiñar el ojo para partir con las rutinas de la tarde.
El reloj me acompaña cada día y allí voy aprendiendo a usarlo, a cuidar las rutinas – las suyas y las mías- y otras veces a fluir, a olvidarlo.
Recuerdo que cuando era bebé una vez seguí un consejo de Carlos González para las noches: no mirar la hora cuando se despertara; fue lo mejor que pude hacer. Me funcionaba tan bien. Hoy en día a veces recuerdo el consejo cuando oigo un “mamá, pipí” en la madrugada. Por suerte mamá reloj parece que está tan dormida que solo lleva a su hijo al baño y no quiere ver a su amiga amada y temida: la hora. Aún así debo confesar que hoy por hoy en general miro mucho más y que a veces él lo mira por mi (cómo el día de las 6,5,5 que les conté mas arriba). Rutinas más “fluir”, es mi búsqueda de cada día que como todo en la maternidad y la vida tiene altos y bajos, días buenos y días malos.
El reloj me recuerda el amor, el tiempo dedicado, la preocupación, la velocidad, el respeto por sus tiempos y por los míos. Tal vez por eso lo abrazo tanto. Es mi compañero, mi testigo.
Madre santa, llevamos una hora de cuentos, hoy ya no leo mi libro ni veo un ratito de la serie; Virgen de la paciencia, ¡ayúdame!, pienso mientras le hago cariñitos en la cabeza. ¡Oh! Abrí los ojos antes, y mientras salgo sigilosamente de la cama para ir a ver el amanecer (sin reloj y con café en mano) oigo una vocecita justo cuando estoy poniendo la
cola en el sofá que me dice: ¡mamá!
Me había prometido que a los dos años de Ignacio me iría un fin de semana a Buenos Aires solita. Es una promesa pendiente. Cuando cumpla 39, este próximo enero, tendrá 4 años y 9 meses . Miro esta vez el calendario, compuesto de muchas miradas a tantos relojes y me digo a mi misma ¿Será que esta vez si me lanzo?
Amado y odiado reloj que nos acompañas a las mujeres mamás. Que hagamos uso sabio de ti, que nos entreguemos al tiempo con esperanza y que nos rebelemos ante el ti, te escondamos o te tapemos, cuando haga los necesitemos.
Daniela Méndez es psicóloga psicoanalista, dedicada a la psicología femenina y autora de Prometo Amarme. Una de sus motivaciones más importantes es descubrir cómo vivimos las mujeres la experiencia de maternidad. La puedes encontrar en su Instagram: @espaciodanielaalma y en su página web: danielaalma.com