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Matemática para niñas

Educación

Matemática para niñas

Por Claudia Godoy

Cuando fuimos niñas teníamos la sensación de que éramos iguales a nuestros amigos. Corríamos tan rápido como ellos, gritábamos tanto como los demás, éramos hábiles en los juegos que implican correr y atrapar, en nuestro entorno todo se mostraba igual.

Sin embargo, algo empezó a suceder en nuestros lugares de estudio. Lentamente una brecha empezó a mostrarnos que no somos iguales, ciertas asignaturas pareciesen ser más propias para ellos que para nosotras. Tristemente eso no quedó solo en nuestro pensamiento, si no que las evaluaciones nacionales estandarizadas competitivas y no competitivas como la PSU y el SIMCE así lo demuestran  (Árias, 2016).

¿Qué hace que exista esta diferencia? ¿Qué nos hace sentir menos capaces?

Si bien es cierto que hombres y mujeres somos iguales en derechos, existen algunas características que permiten que nos desarrollemos en formas diversas. Las habilidades que el entorno nos propicia son diferentes, por lo que nuestra forma de percibir, entender y relacionarnos con el mundo es distinta.

Entonces, los niños resultan ser mejores en matemática, según la estadística porque se relacionan mejor con el espacio físico, mientras que las niñas se desenvuelven mejor en el área lingüística. Sin embargo, esto no debiese mostrar diferencias a la hora de adquirir conocimiento matemático, aunque suene paradójico.

En los primeros años escolares estas diferencias de género son parte del imaginario colectivo. En las aulas brillan por igual en cantidad y habilidad niños y niñas, un grupo entusiasmado en su aprendizaje de la asignatura. Lo más probable es que los resultados que tienen en sus evaluaciones no muestren diferencia de género.

¿Por qué ocurre esta situación? ¿Qué hace que alumnas se sientan igual de capaces y puedan desarrollar esa habilidad? Pareciese ser que, a esas edades, aun esta diversidad que nos vuelve ricos en diferencias no mella en nuestro actuar social y nuestro entusiasmo por la asignatura es más fuerte que las cargas que llevamos para enfrentar el entorno.

Pero esa etapa deja de brillar y es entonces cuando debiese tornarse relevante el cómo les permitimos acceder al conocimiento, usando todas las formas posibles. Tanto las típicas que muestran el saber matemático, como aquellas que impliquen el uso del habla en las explicaciones.

Ya hablamos antes de la importancia de comprobar en los infantes. Bueno, comprobar requiere de argumentación, de tal manera de convencer a los otros de que nuestra teoría es real. Si permitimos esto a las niñas, y por supuesto a los niños, estaremos dando pasos importantes en no establecer la brecha que tanto persiste en nuestro sistema hoy.

Además de mejorar el desarrollo lógico de nuestros niños y, con ello, su capacidad para comprender este espacio se permite que las niñas, a través de sus habilidades lingüísticas, puedan ayudar a otro a entender, a explicar cómo se desarrolla el problema, a abordar lo que debe intervenir desde la lógica, consumiendo en ello todos los aspectos del ensayo y error. Dichos elementos deben estar acompañados de trabajo colaborativo, que no es solamente el trabajo en grupos, es delinear funciones y darles real espacio de convencer al otro que sus respuestas son válidas para ser consideradas.

Para las niñas las matemáticas no es solo un mundo desafiante y llamativo, es también un espacio de desarrollo lingüístico en potencia que les permite no solo aprender a ellas, si no que a su entorno. Obviar dicha situación es cegarse frente a una verdad evidente.


Claudia Elizabeth Godoy Espinoza es madre de tres, Profesora de Educación Básica mención en matemática, Magíster en Educación y Magíster en Psicología Educativa.

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