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Madre hay una sola: La difícil decisión de renunciar al trabajo por la maternidad

Cuando mi primer hijo Facundo tenía apenas cinco meses y medio de vida, me tocaba volver a mi trabajo porque el postnatal llegaba a su fin. Me gustaba donde trabajaba, empresa de renombre, desarrollo profesional activo, me sentía parte de una organización, pero no quería volver. Me angustiaba pensar que iba a hacer con este ser indefenso, como íbamos a vivir uno lejos del otro.

Mi mayor miedo era que nadie lo podría cuidar tan bien como yo, nadie tendría la delicadeza de saber qué le pasaba. Pero no había remedio, tenía que volver, y no solo por motivos económicos, si no que además porque sentía un compromiso, un “deber ser”, por ser matea, y por esa presión social que no nos da tregua. Porque, ¿cómo iba a dejar de trabajar por ser mamá?¿Dónde quedaría mi orgullo de “mujer moderna”?¿Cómo iba a tener que depender de mi marido? ¿Cómo ser tan “tonta” de renunciar a una empresa de renombre, a mi profesión y mi independencia?

La respuesta fue clara: Tenía que volver. Y aunque trabajaba con desgano, creo haber logrado mi mejor récord en cuanto a eficiencia y rapidez durante la jornada laboral. Necesitaba terminar pronto para no retrasarme y así evitar que este trabajo le quitara más horas de mamá presente a mi hijo. Porque créanme, es tremenda la culpa que uno siente por estar todo el día afuera, para después llegar con la batería marcando en rojo y estar solo dos horas diarias con tu hijo.

Me dolía el alma cada mañana cuando salía de mi casa. Por suerte tenía ayuda de una muy  buena persona que me cuidaba a Facundo, al menos me daba la confianza, pero de todas formas no era lo mismo. Yo sabía que la que debía estar ahí era yo, y realmente lo que quería era estar ahí. Pero como somos animales de costumbre, me adapté a esta nueva situación, y aunque la culpa y pena estaba siempre presente, cerré los ojos y seguí avanzando.

Cambio de chip

Siempre recuerdo una conversación que creo que de alguna forma marcó mi destino. Un día mientras estaba en el baño de mi trabajo, escuché a dos mujeres conversar: “Ya no sé que hacer” decía una. “Mi mamá ya no puede seguir cuidando a mi hijo y él sigue enfermo. Nadie más puede cuidarlo y yo no puedo pedir vacaciones y si pido un permiso más, mi jefe me va a poner de patitas en la calle”.

Pucha que me dio pena, comprenderán la angustia de una madre que no puede estar con su hijo cuando más la necesita, me sentí mal.

Por esto, en mi segundo embarazo me propuse hacer algo para dejar la culpa de lado. Quería estar con mis hijos pero sin dejar de desarrollarme profesionalmente. De alguna forma tenía que encontrar el equilibrio.

No les miento, no fue una decisión fácil. Pero recibí el apoyo de mi marido, que fue fundamental, sino jamás hubiese tomado la decisión. Con eso me atreví y renuncié.

Hoy les puedo decir que no me arrepiento de nada, me mantengo activa laboralmente de forma independiente. Logro generar el dinero necesario y me mantengo completamente vigente en el plano profesional constantemente con nuevos desafíos. Pero lo más importante es que me da el tiempo para estar con mis niños. Y si un día no trabajo porque los llevo al doctor, o porque simplemente quiero, no tengo que ponerle caritas a nadie.

No es fácil tampoco, y es que hay que hacer malabares para alcanzar a hacer todo. Pero estoy más tranquila y feliz de que ellos puedan contar conmigo, finalmente serán chicos una sola vez en la vida, y siento que es la etapa en que más me necesitan.

Es importante en esta historia recalcar lo intrínseco. Una madre que renuncia a su trabajo no sólo está haciendo eso; está muerta de miedo por renunciar a una parte de su vida que es muy importante, renuncias a una persona diferente de la que eres en tu casa. Por esto creo que es importante tratar de mantener la vida laboral de alguna forma, aunque no necesites el dinero, si no más bien por una razón de desarrollo personal.

Trinidad Vergara

Madre y periodista

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