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¿Por qué es bueno amamantar a nuestros hijos?

Nos conmueve la fragilidad con la que observamos que nacen nuestros hijos. La condición en la que emergen a la vida es de dependencia absoluta, es de una necesidad estruendosa de sostén, de protección, de cuidado. En pocas palabras: los recién nacidos necesitan de otra persona para sobrevivir al cambio de ambiente (estuvieron 9 meses dentro nuestro), es el llamado que hacen desde el primer llanto: sostén y cercanía materna.

 

¿Por qué? Porque el ambiente dentro del útero materno es absolutamente distinto al ambiente al que les toca llegar, se genera entonces un abismo (por la diferencia) diferencia en dónde el recién nacido requiere solamente de un alivio: el cuerpo de su madre. Aunque nos cueste trabajo entenderlo, cuando los niños nacen están conscientes y bien alertas (de adultos no lo recordamos, entonces pensamos que no es así), su cerebro tiene fundamentalmente dos necesidades sensoriales: el olor y el contacto a través de la piel (el olor de la madre, y el contacto con la misma, le garantizan que está seguro, que está a salvo de los depredadores)

Un recién nacido que logra sentirse seguro desarrollará todo su potencial cerebral ya que estará en calma y en un ambiente “conocido”. Lo que sucede, es que el cerebro de los recién nacidos necesita un ambiente propicio para el desarrollo: para que las condiciones sean optimas se debe intentar emular el ambiente que tenían en el útero (se recomienda que los recién nacido estén en contacto piel con piel con la madre) de esta manera los bebés regulan la temperatura, la respiración e incluso los latidos del corazón. En pocas palabras: logran la calma. Por esta razón es que se recomienda el uso de fulares, para cargar a nuestros hijos cerca de nosotras, mientras el movimiento de éste se parece al movimiento que se generaba cuando estaban dentro del útero materno.

 

Es importante entender esta satisfacción de contacto como un hecho trascendente en la vida de nuestros recién nacidos, trascendente porque va a tener un alto impacto en nuestra vida emocional y va a determinar la futura interacción con los otros. No procesamos solamente lo que somos capaces de recordar, sino que tenemos la posibilidad de almacenar sensaciones desde antes de nacer y fundamentalmente del contacto que hayamos tenido – o no tenido – con nuestra madre. Todo esto va a influir en la constitución de la vida emocional de nuestro hijo y en la seguridad con la que se mueva por el mundo. Es así que el vinculo que establece la madre con su hijo o hija, en primera instancia, va a jugar un rol importantísimo en la estabilidad emocional de cada uno.

 

¿Cómo nos vinculamos con nuestro hijo o hija recién nacido (a)?

 

A través del contacto: en los cuidados, en los cariños diarios, nos contactamos a través de cargarlos, sostenerlos constantemente y alimentarlos.

 

La lactancia juega un rol fundamental, no tan sólo como alimento para el cuerpo de nuestros hijos sino que como alimento para el alma, para el vínculo y para generar en los recién nacidos bienestar físico y emocional. Es bien sabido que el amamantar es 10% nutrición y 90% estimulación: sensaciones, olor, visión. Por esta razón es la leche materna la que completa la maduración de nuestros hijos en el contacto, a través de las terminaciones nerviosas de la piel.

 

La leche materna brinda calor, brinda protección, genera la sensación de estar en “nuestro hábitat”, en un lugar a salvo y contenido. Cuando el cerebro del bebé se desarrolla en un entorno seguro se propician conexiones sinápticas que permiten un apego seguro también, lo que se traduce en un adecuado desarrollo cerebral.

 

Además de brindar protección emocional, la lactancia brindará seguridad física: La leche materna es tan perfecta que va variando durante las semanas, los días, incluso las horas. Va variando en torno a las necesidades del recién nacido, al entorno, a las enfermedades del ambiente (para proporcionar anticuerpos), al crecimiento del niño o niña, es decir: es perfecta para cada hijo.

 

El mantenernos en contacto piel con piel con nuestros hijos y amamantarles cuando lo requieran generará un circulo virtuoso ya que el niño o niña se sentirá seguro, crecerá en optimas condiciones y nosotras como madres estaremos más seguras ya que habrá mayor sintonía con las necesidades del recién nacido y generaremos más leche para satisfacerlo (ya que el contacto permite que se produzcan las hormonas necesarias para el amamantamiento).

 

El apego seguro nos proporcionará satisfacción; bienestar a nuestros hijos y a cada una de nosotras. Los Patrones de apego seguro, también permitirán a nuestros hijos establecer adecuadas relaciones con el entorno, con los otros, incrementará su autoestima y propiciará vínculos emocionales sanos en el futuro. Toda una valiosa herencia en un solo gesto: mamar.

 

Toda una demostración de amor en un solo gesto: alimento para el alma.

 

Varinia Signorelli C.

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