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¿Qué hay detrás del sufrimiento infanto-juvenil?

Adolescentes

¿Qué hay detrás del sufrimiento infanto-juvenil?

Estoy muy preocupada. El dolor emocional de niñas, niños y adolescentes es invisible a los ojos de los adultos. Y me tomo la atribución de aseverar esto de manera tan tajante, porque no dejo de verlo una y otra vez en mi práctica clínica (por supuesto, siempre hay excepciones, y menos mal así es).

A través de este artículo, quiero prestar voz a todos aquellos niños, niñas y adolescentes que sufren mucho, en silencio y soledad pero que, en un espacio de confianza y contención suficiente, se atreven a mostrar y compartir su dolor buscando ayuda y alivio. Buscando que alguien les dé calma, esperanza y validación de lo que están pensando y sintiendo. Buscando un testigo de su experiencia y que les digan que no están locos por encontrarse en ese estado emocional displacentero y, muchas veces, tortuoso.

Padres libres de culpa

Debo partir diciendo que este artículo es una invitación a reflexionar y no busca en absoluto culparnos como adultos a cargo de niños y jóvenes. El objetivo es que tomemos consciencia de esta realidad y así podamos comenzar a generar cambios y reparar lo que sea necesario reparar. Todo puede resignificarse y ser dotado de un nuevo sentido en la vida de los hijos y en la relación con éstos.

No es maldad, no es nuestra culpa. Es simplemente consecuencia del sistema en el que vivimos y nos desarrollamos, de la cultura en que estamos inmersos. Nadie nos enseñó a relacionarnos con nosotros mismos de manera saludable (siempre hay excepciones). No nos enseñaron a relacionarnos de manera sana y gratificante con el resto tampoco. Pero siempre que haya consciencia y conocimiento, hay posibilidad de cambio y transformación social.

La cultura occidental anestesia el dolor y sufrimiento. Nos han enseñado que es algo malo que hay que erradicar, razón por la cual no estamos acostumbrados y no sabemos cómo conectarnos con nuestro sufrimiento, cómo mirar el dolor a la cara sin querer huir de él, cómo integrarlo como parte del ser humano y aceptarlo y guiar con esto de la manera más adaptativa posible. En ese sentido, la cultura oriental nos lleva tantísima ventaja.  

Consideremos, además, que como parte de la cultura latinoamericana a la que pertenecemos, nuestros orígenes están cargados de dolor y sufrimiento invisibilizado. Llegaron a nuestra tierra los conquistadores y tomaron posesión a la fuerza de no sólo tierras, sino también de personas a través de, por ejemplo, abusos sexuales y violencia. Se apropiaron de nuestros cuerpos y nuestras vidas. De este modo, nace la raza mestiza y surgimos como nueva cultura. Si pensamos en que estos son nuestros orígenes en los que, por una parte, la violencia se normaliza y, por otro lado, el dolor se esconde y calla, ¿cómo podríamos entonces ser una cultura capaz de observar e integrar el sufrimiento propio y conectarse con el dolor humano? Y ya sabemos que es difícil hacer con los niños lo que no podemos hacer con nosotros mismos. ¿Cómo entonces sería posible visibilizar el sufrimiento de niñas, niños y adolescentes?

El paradigma adultocéntrico

¿Han escuchado hablar de la sociedad adultocéntrica? Nos encontramos inmersos en el paradigma adultocéntrico. Esta sociedad se caracteriza por tener una visión del mundo en la cual el adulto es concebido como el centro de todo, generando esto, en cierta medida, que la infancia y adolescencia sea percibida como inferior o, a lo menos, se espera que niñas, niños y jóvenes se adapten a las expectativas adultas, o se comporten como nosotros lo haríamos, a pesar de que no somos siempre el mejor ejemplo. Una clara manifestación de esto es el sistema escolar, en donde se espera que los alumnos estén tranquilos, en silencio, por períodos que no son realistas ni respetuosos con su capacidad de atención, su desarrollo cerebral y maduración emocional, así como con sus necesidades de socialización y juego.

A raíz de esto, existe una sensación generalizada en niños y jóvenes de no ser vistos, escuchados ni comprendidos, siempre con excepciones, afortunadamente. En consecuencia, esto genera que la población infantojuvenil se sienta sola y muchas veces triste.

Y es que cuando la infancia es invisible, puede aparecer sintomatología psicológica y psiquiátrica importante y desadaptativa que genera malestar significativo. Los síntomas, decía Freud, es un “retorno de lo reprimido”. Esto significa que el síntoma se expresa como una alerta para ser visto, comprendido, analizado y, así, pedir ayuda. El síntoma permite la búsqueda de una solución.

Cuando esto no es visibilizado y atendido, el niño puede desarrollar diversos trastornos y que incluso se arrastran a la adolescencia, etapa crítica del desarrollo en la cual, por las características de dicha etapa, suelen colapsar emocionalmente. Estos trastornos y conjunto de síntomas, puede arrastrarse a la adultez también, provocando grandes dificultades en diferentes ámbitos de la vida de la persona.

Es por esto la relevancia de pesquisar a tiempo cualquier dificultad en los niños.

Y, ¿cómo lo hacemos si nos cuesta vernos a nosotros mismos y, por consecuencia, ver el sufrimiento y dolor de niñas, niños y jóvenes? Tenemos ahí los adultos un gran desafío, y mi invitación es a tomar dicho desafío como una oportunidad y no como una carga culposa ni una obligación. Es una oportunidad de desarrollo y crecimiento personal y, al mismo tiempo, una oportunidad para cuidar nuestra salud mental y la de la población infantojuvenil. De este modo, prevenimos dificultades psicológicas y psiquiátricas, mejoramos la calidad de los vínculos afectivos y relaciones interpersonales, principalmente, entre otros aspectos de la vida de una persona.

La voz de los niños y adolescentes

Sí, los niños y adolescentes sufren. Y a veces, mucho. Mucho más de lo que quisiera reconocer.

Hay niños y jovenes que se sienten poco capaces de enfrentar desafíos y dificultades porque dudan de sí mismos.

Hay niños y jóvenes que sienten que nadie los entiende y que no tienen con quién hablar sobre lo que les afecta.

Hay niños y jóvenes que llevan mucho tiempo escondiendo su sufrimiento, para no preocupar o hacer daño a sus padres y familia.

Hay niños y jóvenes que sienten mucho miedo, mucha culpa, por todo o casi todo.

Hay niños y jóvenes tristes y cansados, que muchas veces lo demuestran a través de la rabia y “agresividad” o desconcentración. Y no, los niños no son agresivos y no “se portan mal”. Lo están pasando mal, ¡es distinto! Y no saben cómo expresarlo y canalizarlo.

Hay niños y jóvenes que necesitan sentir que tienen un lugar seguro, niños que necesitan mucho recibir un abrazo y palabras y gestos de aceptación.

Hay niños y jóvenes que no entienden lo que les pasa y eso los angustia, y necesitan de un adulto que le ponga nombre a sus emociones y experiencias.

Hay niños y jóvenes que se sienten confundidos dentro de su familia, en el colegio o con respecto a ellos mismos.

Hay niños y jóvenes que se consideran un estorbo, un problema, que no sirven para nada porque les han hecho creer que es así.

Hay niños y jóvenes que quieren morir. ¡Sí! Literalmente, suicidarse . Su desesperanza es tal que creen que morir es la única solucion.

Preguntas de guía para la observación y reflexión

– ¿Cómo se está relacionando mi hijo con otros?

– ¿He notado algún cambio últimamente? ¿Cuál?

– ¿Cómo se está relacionando mi hijo consigo mismo?

– ¿Hay algo en su conducta actual o histórica que llame mi atención?

– ¿Cómo está durmiendo mi hijo?, ¿cómo se está alimentando?

– ¿Qué tipo de contenidos verbaliza y observo en sus juegos?

– ¿A qué está jugando con sus amigos?

– ¿Tiene dificultad para generar amistades?

Señales de alerta: Síntomas importantes a considerar

Irritabilidad

Cambios bruscos o repentinos y nuevos en su estado anímico y emociones

Enuresis (hacerse pipí) y encopresis (defecarse)

Cambios en el ciclo sueño/vigilia

Cambios en la ingesta de alimentos (aumento o disminución)

Descontrol de impulsos y conductas en apariencia agresivas

Golpearse a sí mismo o golpear a los demás

Cambios significativos en el rendimiento académico, generalmente descendiendo

Para finalizar, los invito a reflexionar y cuestionarnos el cómo nos haremos cargo de esto para que comience a cambiar. Lo dejo como una pregunta abierta.

Los adultos y sociedad tenemos una deuda con nuestros niños, niñas y jóvenes. Tenemos que tomar responsabilidad de lo que hacemos y no hacemos para y por la población infantojuvenil.

Andrea Echeverría Bayarlia
Psicóloga Infanto – Juvenil
Instagram: @psicologa_andreaecheverria

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