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Consecuencia de castigos físicos en la infancia: ¿Por qué normalizamos la violencia infantil?

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Consecuencia de castigos físicos en la infancia: ¿Por qué normalizamos la violencia infantil?

¿Te ha pasado alguna vez que creíste tan firmemente en algo y, con el tiempo y distancia, pudiste tomar perspectiva y pensar: “Cómo creí en eso por tanto tiempo”?, cayendo luego en cuenta que tu percepción estaba distorsionada y las cosas no eran como las creías.

Pues bien, eso sucede cuando naturalizamos algo, es decir, lo convertimos en algo natural. Las cosas se vuelven cotidianas, obvias, incluso invisibles, dejamos de verlas porque se dan por normales y se convierten en parte del paisaje habitual del día a día. La naturalización genera una especie de ilusión que parece tan tan real, como en la película The Truman Show, donde el protagonista vive en un set de televisión sin saberlo y sin jamás haberlo notado. ¿Y por qué? Porque nació ahí y todos a su alrededor siempre actuaron como si todo fuese real, eso le hicieron creer (perdón si te arruiné la película, pero vela, es buenísima!)

Naturalizar es tan peligroso como manejar un auto con ojos cerrados. Corremos el riesgo de hacer normales cosas horrorosas y dañinas, porque es tal la distorsión de nuestra mirada que simplemente no logramos enfocar dónde está el error y vemos todo normal.

Teniendo esto en cuenta, pensemos en la violencia y el maltrato infantil.

  • “A mi me pegaban cuando chico y no quedé traumado”
  • “Antes así era la cosa y los cabros andaban derechitos”
  • “Ahora no se puede ni mirar a los niños”

¿Te suenan estas frases? Seguro las has escuchado o leído en redes sociales, incluso se hacen memes al respecto. O quizá tú mismo las crees y las has dicho alguna vez. Si es así, por favor sigue leyendo, quiero invitarte a abrir la mirada para observar desde otro punto de vista. No te juzgo en lo absoluto, de hecho te entiendo mucho, y a continuación verás por qué.

Recordemos el ejemplo de The Truman Show y te invito a pensar/sentir y reflexionar juntos:

¿En qué momento nos creímos esta ilusión de que golpear es una opción válida para educar y disciplinar?, ¿en qué momento nos convencimos de que los golpes y castigos no generan daño alguno?

Lo creemos porque no conocemos otra realidad, porque no manejamos otra información, porque nos duele ver que quienes nos debían amar y cuidar nos dañaron. Nos duele asumirnos maltratados, es decir, no bien tratados. Nos duele y angustia darnos cuenta que en donde debía haber palabras empáticas y amorosas, cariño, diálogo, escucha, hubo golpes, castigos, amenazas, gritos, mechoneos, empujones, cachetadas, palmadas, patadas, indiferencia, silencio.

Y tampoco es culpa de los padres, ellos sólo reproducen lo que aprendieron en la relación con sus padres y con la cultura y sociedad en la que se desarrollaron. Y así por generaciones. La violencia se reproduce transgeneracionalmente. Por siglos, nuestra sociedad y cultura nos ha sido otorgada con esas creencias que están completamente naturalizadas al punto de llegar a convencernos de que se golpea incluso como una muestra de amor y cuidado: “Es por tu bien”.

Si por un momento nos ponemos otros lentes para mirar la realidad: ¿logras ver cómo esas frases hacen natural y normal algo que no está bien?, ¿logras ver lo viejos y sucios que están nuestros lentes habituales?, ¿logras ver cuán distorsionada percibimos la realidad?

Y eso es consecuencia de lo mismo: Todos somos víctimas de la violencia, porque todos hemos sido inducidos a ella al naturalizarla. Creer que los golpes, gritos, coscorrones, tirones de pelo, palmadas, amenazas, castigos, indiferencia y abandono no dañan es justamente validar y normalizar la violencia. Todos somos víctimas de la violencia porque se nos enseñó que esa era la manera correcta de criar y educar, que esa era la manera correcta de amar.

Lo bonito es que todos somos agentes de cambio y podemos tomar consciencia e internalizar y promover la cultura de los buenos tratos, para así abrir bien grandes los ojos, el corazón y la boca para decir: “¡Basta!, antes no lo vi, no es mi culpa, me dolía verlo, pero ahora que entiendo y quiero que las cosas cambien, no lo toleraré más!”.

¿Qué dice la psicología?

Para generar estos cambios significativos en nuestras vidas, la información es poder, así que te lo explico desde la psicología.

La seguridad, confianza básica y autoestima positiva, bases de una buena salud mental, se edifican en vínculos de amor y placer desde que somos bebés. Su antítesis, la inseguridad, desconfianza y autoestima descendida se gestan en vínculos de desamor, falta de contención y empatía, desprotección y peligro. Esto pone inmediatamente a un bebé y niño en riesgo extremo de desarrollar dificultades en su salud mental, y de ahí en adelante la cosa sólo empeora.

¿Cómo?, ¿por qué?

Las neurociencias y la psicología ya tienen estudios e investigaciones de sobra en donde se concluye siempre lo mismo: los seres humanos necesitamos un ambiente seguro, contenido, vínculos de afecto y protección para desarrollarnos de manera saludable en términos psicoemocionales y cerebrales.

Cuando nos estresamos, aumentan los niveles de cortisol, sumado a otros neurotransmisores y hormonas del estrés. El exceso de cortisol, hormona del estrés, puede convertirse en tóxico para el cerebro y afectar el desarrollo de estructuras cerebrales.

Consecuencias de golpear a un niño

Un niño que es golpeado, amenazado, castigado, etc., vive en estado de hipervigilancia, su sistema nervioso está en hiperalerta, estresado. Esto daña, sin lugar a dudas. Ese niño aprende que ese es su estado basal y se va configurando como una persona temerosa, ansiosa, desconfiada, insegura, con baja autoestima, irritable, que reacciona ante estímulos de baja intensidad porque aprende que debe estar en posición de combate o huida. Esto está a cargo del sistema nervioso simpático para poder defenderse y sobrevivir. Esto sucede siempre que se golpea a un niño, incluso aunque el golpe parezca mínimo e inofensivo. El sistema nervioso reacciona de todos modos.

Otra consecuencia en términos psicológicos, es que el niño comienza a asociar el amor y cuidados con la violencia y castigo: “Te pego/te castigo porque te quiero, es por tu bien, porque soy tu mamá/papá y quiero lo mejor para ti” . Esto quiere decir que la única realidad conocida es el maltrato y se va interiorizando como un modo válido de ser amado. Ahí ya comienza a naturalizarse la violencia, ¿lo ves? El amor se condiciona como sufrimiento y malos tratos, siendo esto un factor de riesgo para el establecimiento de relaciones interpersonales, por ejemplo en el colegio con sus pares, y posteriormente en las relaciones de pareja. Y esto por un simple motivo: la violencia se reproduce y, si no se interrumpe y trabajo en ello, se transmite de generación en generación, porque se aprende como un estilo de relación que se internaliza, un modo de vincular, entregar y recibir amor.

Es natural entonces que si aprendimos eso con nuestros padres, luego se repite con nuestros hijos y en relaciones de pareja. Esto es porque las figuras significativas que se tienen asociadas al amor terminan educando a golpes. Si quien dice amarme me golpea, entonces esto debe ser el amor, ¿no?

Por otra parte, una persona que ha sido maltratada y ha recibido golpes (por muy mínimos e inofensivos que parezcan) internaliza creencias de sí mismo y el mundo que afectan y dañan profundamente la capacidad de relacionarse consigo mismo y los demás. Esto implica daño en su autoestima y autoconcepto, así como en la capacidad de vincularse en intimidad emocional. Esto significa concretamente que se convierte en una persona a quien le costará confiar en otros, confiar en que merece ser amado y confiar en sus capacidades.

Algunas creencias negativas de sí mismo y los otros pueden ser:

– Nadie me quiere

– Estoy solo

– No se puede confiar en nadie

– No soy suficiente

– No soy digno de ser amado

– Nunca nadie me va a querer

– Merezco que me pasen cosas malas

– No puedo / No voy a poder / No me siento capaz

– Soy abandonable

– Nadie me soporta / Soy insoportable

– Me van a rechazar

Y así, tantas más. El problema es que estas creencias no son conscientes. Operan en piloto automático y se activan ante estímulos que hacen de disparador. Esto implica que puedes estar sintiéndote mal sin saber por qué, ya que para hacer conscientes estas creencias, debe ser trabajado terapéuticamente con un psicólogo.  

Los golpes convierten a los niños (futuros adultos) en personas inseguras y temerosas que están constantemente poniendo a prueba al otro (sin darse cuenta de que lo hacen) para ver si realmente son amados y aceptados tal cual son. Esto, porque los golpes enseñan una sola cosa: “que soy amado sólo en la medida en que me comporto exactamente igual a lo que mis padres esperan de mi. En la medida en que cumplo con sus expectativas, recibo amor. De lo contrario, soy rechazable y merezco castigo y desamor”. Porque digamoslo como es: los golpes son desamor. El amor no duele.  

En estos casos, el amor no es incondicional, sino que está condicionado a mi conducta y modo de ser. Entonces me convertiré en una persona altamente complaciente con tal de ser amado. La complacencia es un factor de riesgo para establecer cualquier tipo de relación porque implica que soy capaz de hacer cualquier cosa porque el otro esté feliz y no me castigue, rechace, abandone o dañe. Para aclararlo, finalmente esos son los miedos que se internalizan y quedan grabados en los niños: miedo al abandono, miedo al rechazo y miedo a ser dañado. Grave y doloroso, ¿no?

Y bueno, como ustedes quizá ya habrán escuchado alguna vez: nuestra infancia influye en cómo vivimos en la adultez. Ahí está la base de nuestro desarrollo psicológico, emocional, mental y cerebral. La infancia se arrastra a la adultez.

Algunos signos y síntomas emocionales en niños, que están asociados al maltrato, violencia y golpes:

– El niño se aisla o se muestra deprimido y apático

– Se muestra muy sumiso o muy rebelde (ambos polos son posibles)

– El niño realiza comentarios del tipo “Soy tonto”, “Soy malo”, “Me porto mal”. Con esto el niño busca, inconscientemente, confirmar la imagen negativa que tiene de sí mismo

– Ensimismamiento

– Temor a dar una opinión

– Estado de hiperalerta/hipervigilancia

– Ansiedad, nerviosismo

– Se hace pipí (enuresis) o caca (encopresis)

– Pesadillas

– Llanto excesivo

– Irritabilidad

– Sensación de miedo

– Ansiedad de separación

– Inhibición en el habla

– Angustia

– inestabilidad emocional

– Síntomas somáticos como colon irritable, dolor de estómago, dolor de cabeza, dolores musculares (sobre todo espalda, cuello, hombros)

– Problemas de concentración

Además, una persona que ha sido criada con golpes (de cualquier tipo, incluso palmadas y tirones de orejas), está expuesto a desarrollar alguna de las siguientes patologías psiquiátricas (durante la infancia o en la vida adulta):

– Trastornos del Estado de Ánimo, como Depresión o Bipolaridad

– Trastornos de Ansiedad

– Crisis de pánico o angustia

– Trastornos Alimenticios, como anorexia y/o bulimia

– Trastornos de la Conducta

– Autocortes y Suicidio

– Psicosis

– Trastornos de Personalidad

Como ven, un golpe no es sólo un golpe, una palmada no es tan inofensiva como parece a los ojos de muchos. Esto no es una exageración, es una realidad de la cual invito a hacernos cargo. Siempre podemos cambiar nuestro modo de pensar y encaminarnos a un estado de mayor consciencia para así generar cambios a nivel personal, familiar y social.

Entonces, ¿por qué no abrirse desde ahora a la posibilidad de botar los lentes sucios, viejos y rayados que usamos para mirar el mundo y cambiarlos por unos nuevos? Si podemos contribuir en la construcción de una sociedad amorosa, empática y bientratante con los niños y entre nosotros adultos, ¿por qué no hacerlo? Tenemos un poder infinito que estamos desaprovechando: el poder de cambiar el mundo, o al menos, el mundo de algún niño. Vamos por más. ¡Porque se puede!

Andrea Echeverría Bayarlia

Psicóloga Infanto – Juvenil

Instagram: @psicologa_andreaecheverria

Mail: aecheverriab@udd.cl

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